219. Para una novela

En 1961 Julio Ramón regresó a París y entró a trabajar al France-Presse. Mientras continuó sus diarios personales, publicó Prosas apátridas, los cuentos de Los hombres y las botellas y su primera novela, Geniecillos dominicales. Aunque durante ese tiempo ha germinado también otro proyecto de escritura, Cambio de guardia.

Es 1966 y Julio Ramón camina encorvado extendiendo lento las piernas. Al cuero de los zapatos se adhieren volutas de nieve. Mantiene el paso hasta llegar al apartamento. Cuando abre su puerta, la noche se instala en París. Fue una jornada normal en el France-Presse: traducciones, cazar algunas noticias. Ya tantea un café, calcula los cigarrillos necesarios para escribir de siete a diez de la noche. Por fin afinó su horario luego de esos trabajos anteriores que pusieron a prueba su versatilidad, su decisión de escribir por encima de cualquier cosa.

Toma el cuaderno oscuro. En él plasma la ira. Se trata de una novela hecha con pequeños relatos relacionados. Un retrato de su país natal al otro lado del Atlántico. Los militares y los sacerdotes implicados. La rabia por los conocidos que son víctimas.

A sus 37 años, Julio Ramón nunca había escrito algo tan premeditado en cuanto a forma. Mientras escribe y vuelve a leer arma ese prisma que se propuso. Simple. La imbricación estructural de situaciones. Las consecuencias del azar. Lo difuso de la verdad y la duda. Lleva medio cuaderno escrito, pulcro, intacto en las pastas. Ahora las acciones álgidas tocan sus textos. Nunca narró tanto sobre esos asuntos. Cada vez la cólera exalta más la pluma.

Con esta novela inicia una nueva etapa de escritura ahora nada juvenil.

Pero el cuaderno quedará sepultado en el ropero, sin título. En diez años será releído y transcrito, pasado en limpio para publicar, cuando los tiempos políticos sean amables.



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