218. Para escribir

Después de París, Julio Ramón está en Múnich. Es 1955, hace invierno. Pasa todo el día en un cuarto arrendado a una familia. La comida y los cigarrillos los trae la niña de la casona, la única persona con quien cambia palabras en días. Durante este tiempo, entre sus 26 y 27 años, escribe su primera novela, Crónica de San Gabriel. La hace por diversión, imaginando que pasea por la sierra andina.

Después acaba la comodidad material que da esta segunda beca. Trabaja en Amberes, Berlín, Hamburgo y Fráncfort del Meno. Entre muchos, pasa por reciclar periódicos, ser conserje, cargar bultos del metro, vender productos para imprenta. Así, hasta que en el 58 regresa a Lima y empieza de profesor en la San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho.

A su regreso publica Cuentos de circunstancias, su segundo libro, con textos hechos durante los últimos años. Viene apostando al cuento, aunque este no representa la gran cualidad que los editores y el mundo del libro ven en la novela. Para Julio Ramón escribir cuentos abre un ángulo a todo lo humano, mientras la novela define a lo mucho una región de país.

Y es una resistencia que no duele, pero le genera tenues meditaciones. Eso de largarse al vacío por no meterse en la corriente común. Sabe que está en la otra cara de lo editorial, al otro lado de los escritores de la generación. Y lo separa aún más su estilo lineal, dado a la acción más que a la experimentación sobre el lenguaje y la técnica, que es lo común por estos días.

En el 59 trabaja en el Instituto de Cultura Popular. Y al año publica Crónica de San Gabriel y sin embargo recibe el premio nacional de novela, que le vale los honores irrefutables a su talento.






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