113. Zombies en la avenida

Entre los carros que se detienen frente a la luz roja del semáforo, avanza un niño. Es de piel morena. A la luz del sol, la mugre se le ve incrustada. Le forma un capa o abrigo que le cubre de la intemperie y de los bichos. Sus pies también se cubren de una gruesa capa que hace de calzado. Viste solo una sudadera azul, desteñida por el sol, el agua y la arena. El cabello es una especie de enredadera café con brillos naranjas como el óxido. Siempre al anochecer, sale semáforo de la rodoviária. Hace señas con las manos a cada vehículo que pasa.

En esta avenida predominan vehículos grandes, de destinos lejanos. Camiones de doble tráiler de carga, buses interestaduales e interbarriales, volquetas, pasan rápido formando la escena cotidiana y peligrosa en que casi atropellan al chico. Otros vehículos se detienen agresivos, prevenidos por lo que en la noche pueda hacerles en su ventana el niño oscuro. Este se mueve entre las máquinas casi sin notarse. Quien se detiene puede verlo, con brillos rojos en la piel reflejando la luz del semáforo. Pocos le extienden el brazo para dejarle una moneda.

Avenida que conecta al occidente la ciudad de Teresina con el estado de Maranhão al otro lado del río. Al oriente conecta con otros estados del nordeste brasileño. Lugar de paso. De todos y de nadie. Vía que conecta el país entero. El aspecto degastado, con grandes huecos y de dificultosa estreches en sus carriles, habla del desentendimiento federal y local de ella. Quienes habitan esta zona también están abandonados. Apátridas sin jurisdicción. Automatismo, zombis en la avenida.

El chico a la gente solo le mira las manos, hace su trabajo mecánicamente igual desde cuando empezamos a mirarlo desde esta taberna. Parece sin alma, nunca sonríe.

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