109. Vieja guerra de miradas

En la biblioteca pública, R. estuvo pasando rápido de una página a otra de su cuaderno viejo, hasta que el paso de las hojas fue un estruendo en el local. Hojas pesadas, llenas de anotaciones fragmentadas y de bosquejos de dibujos bastante difuminados.

R. no imagina que el celador del piso, el bajito de caminado perezoso, pies bastante separados, quien siempre lo ha atormentado con mirada sospechosa y pupila sobresaltada, ahora mismo se piensa víctima de un engaño, según su intuición profesional, de algo malo que R. está supuestamente planeando hacer, y de lo cual pasar desordenada y alborotadamente las hojas es un mal disimulo.

La mirada con la que R. ha enfrentado al celador, desde que este empezó con ese visaje, es mirada de ofendido y algunas veces mirada defensiva. Hoy R. está cansado del celador y, en la guerra de miradas compulsivas, va a atacarlo también con una mirada de sospecha.

Ese ataque va a ser justo lo que faltaba para que el celador se atreva a actuar.

Después, el celador que ha sospechado de R. va a creerse líder, jefe de su compañero del otro piso y del supervisor general. Les va a pedir que pregunten a R. cuál es su trabajo en el tiempo tan largo que pasa en la biblioteca, pregunta que hace mucho tiempo le carcome el desconfiado cerebro medicado.

Compañero y supervisor se van a mirar extrañados, pero pronto van a hacer caso al agobiado celador, llevados más por la sorpresa de verle tan enérgico y entregado a una situación, que por la autoridad que para ambos representa.

El chico no va a tener nada de grave en su bolso, y eso no va a ser impedimento para que lo traten como un inocente asustado que no sabe, o no quiere, pedir respeto.

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