118. Edificio Mugares (III parte)

De la misma manera que el empujón a la reja provocó un estruendo que despertó a Mary en la primera planta, ella ahora acciona la palanca del inodoro provocando un estruendo arriba en el tanque de agua, e interrumpe el sueño de Sult. El agua que desciende asoma a su inodoro encontrándola con un rostro de piel colgante en las mejillas y de cavidades bien circulares, donde los ojos se movían inquietos. Pero ahora empiezan a calmársele.

Desde hace un cuarto de hora que entraron los de arriba, Mary no volvió a conciliar el sueño. En ese momento entonces las preocupaciones diurnas se adelantaron tres horas al alba. Ahí, se motivó para hacer algo que postergaba hace ya varios días. Si cuidaba el silencio, su hijo no sospecharía nada desde el cuarto al fondo.

Con movimiento tembloroso encendió la lampara de noche. Aún acostada, abrió a mínima velocidad el cajón más bajo. Sacó un tarro plástico y fue al baño. Abrió la puerta sin ruido. Encendió la luz moviendo lento el suiche, primero una mitad, después la otra. Alzó la tabla del inodoro. Quitó la tapa del frasco. Retiró una mota de algodón que ocultaba el contenido adentro. Un poco de cuclillas, acercó el frasco al nivel del agua y lo inclinó. Cayeron en cristalina agua decenas de pastillas, de diversos colores pálidos y tamaños.

Cautelosa, bajó la palanca del inodoro. Justo cuando se forma el remolino que agarra las pastillas, el cuerpo y la mirada de Mary se relajan. Coloca ahora el frasco en el lavamanos. Sale sin prestar atención al chirreo de la puerta. Se acuesta de un solo impulso, provocando un ruido que, conformado mitad por los resortes del colchón y mitad por la fricción entre las partes de madera, se esparce hasta el fondo del apartamento.

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