119. Edificio Mugares (IV parte)

Despunta el alba atrás de las montañas. Desaparecen a pocos las lucecitas titilantes en la neblina. El suelo de la plancha del edificio Mugares deja entrever parches negros que demoran la humedad apoderándose del cemento.

El tanque en la esquina gorgojea. Despide agua que desciende hasta la segunda planta del edificio.

El agua asoma al inodoro y encuentra la cara de Amalia, mujer madura, de ojos achinados, pelo corto y gesto caprichoso. El remolino de agua agarra en su torbellino cartón y papel picado mezclado con tres pedazos de pasta blanca, de lo que fue una prueba de embarazo en negativo.

En este amanecer, en cuanto despidió a su esposo en la puerta, Amalia fue al cuarto de María, su hija.

-Despierta. Ya la conseguí. Tu papá ya salió… ¡rápido!

Se fue a esperar en el baño. Mientras, desempacó la prueba. Como María se demoraba, fue picando el cartón de la caja y el papel de las instrucciones.

-Pronto, María -gritó desde el baño dejando el cartón y el papel en un borde del lavamanos-.

La chica llegó al baño a tientas. Llevaba los ojos cerrados, el cabello teñido, arriba parado, y un brazo al frente para no chocar fácil. Se sentó en la tapa del inodoro. La madre le entregó el aparato, le explicó qué hacer y salió del baño dejando la puerta ajustada. Fue por una silla del comedor. Se sentó en ella afuera contra la pared del baño.

-¿Ya? -preguntó-.

-Ya va -respondió ronca María-.

Salió la chica. Sin mirar a su madre le entregó el aparato. Siguió derecho para su cuarto.

Amalia quedó paralizada. Miró luego el aparato. Lo partió apoyándose en los muslos. Lo tiró al inodoro junto al cartón y el papel. Bajó la palanca, preocupada por si los pedazos de pasta podrían evacuar.

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