117. Edificio Mugares (II parte)

El agua desciende del tanque. Va a la tercera planta del edificio Mugares. Llega a un inodoro, al que Jenni, mujer sonrosada y de maquillaje corrido, mira de pie, desconcentrada, repasando lo que acabó de suceder.

Apenas se instalaba la noche, Jenni se topó con Mauricio, quien hace tiempo le miraba desde su cubículo, sin atreverse a saludarla, hasta este anochecer saliendo del campo empresarial. Él le parecía apuesto, pero tanto tiempo pasó no más mirándola de lejos, que ella se acostumbró. Pensó entonces que Mauricio es aburridor. Hoy se dio la razón, al escucharle, sentados ya en el viejo parque del lago.

Al principio se quedó con él para deshacerse de prejuicios. Luego, cuando fueron justificándosele como ideas correctas, ella entendió que bajo otra razón continuaba ahí en la banca, a oscuras, disfrutando del aliento a bestia. Sus entrepiernas estaban calientes pese al viento frío que mecía los árboles.

Esa misma razón dejó que Mauricio se acercara, como si la interacción corporal fuera dinámica aparte de conversar. Ella no entendía las palabras. Él ni se percataba qué decía. Interactuaron más con las manos. La respiración ahora sonaba más fuerte. Las entrepiernas de Jenni, casi cocinadas.

Como era entresemana tuvieron sexo sin que los vieran. Cuando terminaron, Mauricio se retiró el condón cargado. Lo anudó por un extremo. Lo tiró a la grama. Se despidió simulando afán. Jenni quedó sola. Nadie la vio recoger el preservativo. La dignidad por los menos no le permitía dejar esa fácil evidencia de su conducta.

Jenni pensó encontrar una basura comino de regreso. Al principio no vio. Y como guardó el desecho en el bolso, olvidó el asunto hasta casa. Por eso ahora apenas llega, lo despide con la mirada. Porque igual de indecoroso es arrojarlo a su papelera, como dejarlo en el parque.

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