206. Soldadura y ratas

Luego de muchos años haciendo como obvio lo que parecía raro, conocí otro caso de alguien que vivía con las ratas. Esta vez también se trataba de una casa en una esquina entremezclándose con la vegetación.

Esta casa está al fondo de un antejardín abundante de maleza y delimitado en su perímetro por barras de metal conectadas por latas y láminas de madera. La casa se ve bastante agreste, como si fuera de un siglo pasado, e irrumpe en el paisaje urbano entre las edificaciones vecinas modernizadas como edificios o casas corpulentas ocupando todo espacio y dejando de antejardines de solo par de metros. Esa casa entonces tiene su estilo arcaico y tenue, al que remata ver siempre a las ratas saliendo y entrando muy campantes.

Hay algo más. Sobre la acera peatonal afuera del área del antejardín, la casa tiene una aparatosa figura de metal oxidado. Parece un puente. Tiene añadiduras y añadiduras de metal. Al tiempo a notar esta casa al pasar, empecé a reparar en su propietario. Antes lo había visto, un viejo casi calvo, pero de mechas largas. Siempre va descalzo en una bicicleta clásica, oxidada y llena de remaches de metal soldado como la aparatosa figura y viste una camisa leñadora metida en el pantalón.

Hace unos días se soltó una tapa de la caja centro del marco de mi bicicleta, entonces pregunté en un taller cercano a casa si daban también el servicio de soldadura.

-No, la soldadura le toca donde el cucho que vive con las ratas -me dijo rotundo el mecánico.

Con esta respuesta fue evidente lo que nunca me atrevía a mencionar y dejaba como tabú. Lo natural que es asumir que alguien vive con las ratas. Desde entonces acepto a las ratas como compañía de alguien, entre vegetación y soldadura.

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