205. Jardines y ratas

Vivíamos en una urbanización rodeada de zonas verdes. Entonces entre más cercanas a las esquinas, las casa más se iban entremezclando con los jardines. En la esquina de nuestra cuadra, empezaban materas y seguían huertos caseros improvisados que iban articulando el entorno a zonas boscosas. Una esquina siempre oscura y fría gracias a la atmósfera que daba la flora. Por este frío era tenebroso quedarse mucho tiempo por ahí, además que de noche se encontraban sombras cubiertas de malicia.

Pero era mucho más tenebroso quedarse por este rincón de la cuadra porque había un segundo piso bastante particular. Su fachada soltaba capas de pintura y mostraba en los ladrillos un color oscuro que a poco de verdecía. Las escaleras llenas de materas con plantas de hojas grandes y verdes muy oscuros apenas dejaban espacio para subir. Ninguno de nosotros llegó a ver quién vivía ahí. Pero era seguro que vivía alguien porque la puerta siempre estaba entreabierta. A cualquier hora, entre el marco y la puerta había una apertura de una cuarta.

Por supuesto esta pequeña entrada a la casa nos era lo más lógico y natural del mundo, cuando veíamos a las ratas subir tranquilas por las escaleras e ingresar campantes al piso. Lo más natural del mundo, era tanto, que nunca nos mencionamos ni el asco a las ratas y el hecho que un alguien humano compartía su espacio con ellas. Solo conversábamos imaginando una señora. Nunca las ratas fue razón para expresar un comentario. Tal vez de lo increíble que nos resultaba esa manera de compartir el espacio con ellas, se nos volvió un asunto de esos al que no se da tangibilidad en palabras y quedando no más como impresión. 

Nos fue completo tabú hablar de alguien viviendo con ratas. Y como tabú, invisibilizamos el asunto.



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