192. ¿Dios con quién conversa? VIII: Quitarme de encima al ogro

Que recuerde, a excepción de un solo relato, no me he permitido una voz reflexiva sobre este mismo reto de escritura. He evitado hacerlo, amenazado, tirado en el suelo, con la cara sobre el asfalto y en la mejilla presionado por la rodilla de un feo ogro que he creado. 

Un ogro que crece durante estos años y que ha nacido del inocente propósito de adquirir un relatar de voz mesurada y objetiva. Pensé que para esto, el precepto necesario, el ideal estético que me debía guiar, sería un relatar que evitara a tope los avatares personales. 

Y es que con lo personal tenía mucha aversión. Pensaba que genera un efecto engañoso a cada historia. Que da impresión de entereza y grandeza a una narración, cuando en realidad solo muestra los puntos de una vida, que no tienen más gravedad y nexo que la primera persona que cuenta y acredita haberlo vivido todo. Sostenía que, en lo biográfico, la construcción causal y temporal de un relato relegaba el esfuerzo literario, además que podría volver a este reto un simple diario personal del día a día. 

Pero qué tribulación se volvió este pensamiento. Un atasco. Ha llegado tan lejos que hace un mes apenas he soltado la rienda para tratar directo asuntos personales. Planteo algunos temas, pero los abordo desde una memoria hoy aún inexperta. Ahora pesa que a poco haya relegado a una trastienda del ser ese ente personal a través del que uno percibe y acoge la realidad. Y escribir no es suspender el mundo para crear un relato. Sino que escribir es ir viviendo.

Por eso ahora escribo para quitarme de encima al ogro. Para zafar el rostro y dirigir la mirada alrededor, y a mi pecho. Para pisar la viveza del presente, y desde aquí escribir todo.


Comentarios

  1. "Tal vez esté enloqueciendo. Porque lo deseo, lo deseo tanto como la muerte. Cierro los ojos y sueño la locura. Un estar para siempre con los fantasmas amados, llámese paraíso, vientre materno, o lo que el demonio quiera (…) Allí, una niña llamada Alejandra, aprendería a sonreír con menos amargura" A. Pizarnik.

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