De seguir des-cuidado serán dos meses sin atenderle a usted.
Dizque por estar atento a la Escuela estuve leyendo a toda. Dizque por conseguir dinero tres semanas de septiembre estuve cargando cajas con libros sobre los talones quince horas por día. Y ahora, dizque para volver a intentar estar firme con la Escuela, sincronizado, le prometo de antemano todo mi tiempo.
Y, mire, cómo pasan otras tantas semanas.
Cuando me recalcaba en alta voz la justificación de estas situaciones me parecían suficientes para serle ingrato, pero, mire, el dinero se acabó y la Escuela va por allá delante facturando lecturas al olvido con exorbitante empeño.
Sabe usted que no es la primera vez que me ausento.
Supongo que no ha de sorprenderle pues si le hablo de una incomodidad. De una afición por eludir el momento de militarle con la ternura que desde siempre he querido. De un temor.
Créame, -es temor- de verme en sus ojos mal retratado, vulgar, vergonzoso. Temor al desgano que provocan las frases desganadas. Impotencia del enorme hielo impoluto de en nos.
Tengo una engorrosa timidez que no deja darle voz a nada, que disfraza de embustes la sensibilidad más sana, que no deja cosechar postura en el mundo. Necesito la confianza que engrane cada frase y párrafo y tema y reflexión de lo que le escribo.
Quiero fluir cálido.
Quiero que las maniguetas de la bicicleta tengan el abecedario. Quiero mientras pedaleo acomodar las palabras en la misma franja de serenidad por donde van las llantas. Quiero atrapar las letras que están hechas de sereno y antojadas de contar lo circundante. Quiero que el brillo a espadazos desde los radios de las llantas sea el tempo para narrar.
Quiero con esto que le escribo seguir intentado, seguirme congelando, seguirme engañando, seguirme atrofiando, avergonzando; seguirme.
Dizque por estar atento a la Escuela estuve leyendo a toda. Dizque por conseguir dinero tres semanas de septiembre estuve cargando cajas con libros sobre los talones quince horas por día. Y ahora, dizque para volver a intentar estar firme con la Escuela, sincronizado, le prometo de antemano todo mi tiempo.
Y, mire, cómo pasan otras tantas semanas.
Cuando me recalcaba en alta voz la justificación de estas situaciones me parecían suficientes para serle ingrato, pero, mire, el dinero se acabó y la Escuela va por allá delante facturando lecturas al olvido con exorbitante empeño.
Sabe usted que no es la primera vez que me ausento.
Supongo que no ha de sorprenderle pues si le hablo de una incomodidad. De una afición por eludir el momento de militarle con la ternura que desde siempre he querido. De un temor.
Créame, -es temor- de verme en sus ojos mal retratado, vulgar, vergonzoso. Temor al desgano que provocan las frases desganadas. Impotencia del enorme hielo impoluto de en nos.
Tengo una engorrosa timidez que no deja darle voz a nada, que disfraza de embustes la sensibilidad más sana, que no deja cosechar postura en el mundo. Necesito la confianza que engrane cada frase y párrafo y tema y reflexión de lo que le escribo.
Quiero fluir cálido.
Quiero que las maniguetas de la bicicleta tengan el abecedario. Quiero mientras pedaleo acomodar las palabras en la misma franja de serenidad por donde van las llantas. Quiero atrapar las letras que están hechas de sereno y antojadas de contar lo circundante. Quiero que el brillo a espadazos desde los radios de las llantas sea el tempo para narrar.
Quiero con esto que le escribo seguir intentado, seguirme congelando, seguirme engañando, seguirme atrofiando, avergonzando; seguirme.
¡Seguí! La Escuela y la plata se van. Esto es.
ResponderBorrarQué grato abrir el blog y encontrar relato.