190. La meseta (otra historia de bicicletas)



Empezó B. los entrenamientos en la pequeña bicicleta. No parecía difícil aprender a pasar por la vieja rampa del parqueadero. Conseguía pequeños vuelos dejando salir al cielo la rueda delantera y recogiendo los pies para agarrar aire con la trasera. Pero los pocos días que entrenaban en la gran pista, su bicicletica le hacía quedar por fuera del grupo. El instructor además al finalizar las clases, le preguntaba cuándo conseguiría la bicicleta adecuada.

La pista consistía en un gran circuito de arena de tres rectas paralelas articuladas por altas y elevadas curvas de pavimento. Lo primero era acostumbrarse al partidor. Una loma con una plataforma parada sobre la que recostaban las ruedas delanteras. Los riders en equilibrio sobre los pedales esperaban que esta cayera para soltarse y abordar abajo la meseta. Entre los tipos de morros de la pista, la meseta era lo más dificultoso si se quería optimizar la velocidad lograda en el partidor. En su bicicleta, B. nunca intentó volar la meseta, pero cuando tuvo una bici profesional empezó a abordarla con ansia de sobrevolarla.

La nueva bicicleta era de marco más largo y plateado, las ruedas de rin más grande y todo en un material más liviano. En los entrenamientos ahora B., se mantenía entre el grupo llegando con los primeros. Ganar sin embargo era el objetivo y para esto faltaba solo volar la meseta y, desde ahí, ganar de una vez por todas la delantera. B. lo practicaba durante las carreras y en los minutos libres de la pista cuando acababan el entrenamiento de su grupo. 

Un día durante una carrera B., intentó volar la meseta pero le cayó encima con las piernas enredadas con el marco y los testículos machacados. En casa, los moretones lo atemorizaron y no volvió a entrenar abandonando la nueva bicicleta.

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