169. De cómo pasaron la cuarentena (II/II)

De los primeros cambios que demostró esta nueva consciencia terrenal fue la educación del oído con las aves. Cada vez todos acostumbraban más a ellas y podían percibirlas sosteniendo los cantos al largo del día. Al alba, pudieron matizar la diversidad de cantos de los gallos. También llegaron a distinguir entre los sonidos cuáles eran de pericos, canarios, loros o guacamayas. 

Continuó a esto un interés por mirar a la ventana buscando darle imagen a los sonidos. Con este hábito, cada uno adoptó un pedazo de cielo, luego de explorar varios ángulos desde ventanas, balcones o patios. Pudieron entonces seguir ciclos lunares, además dejarse alcanzar del sol, que era lo único sin contaminar que podía llegarles. 

Los que repararon bien en el cielo, llegaron a la idea, inversa, de que si para arriba había un mundo tan vivo y complejo, hacia abajo y adentro también podría ser así. Bajaron la vista. Fueron a revisar entonces plantas e insectos. Monitorearon sus movimientos y colores. 

No hasta llegar a este grado de consciencia de la vida, pudieron dimensionar las historias que consumían. De las de aventuras, supieron por ejemplo abstraer el significado del portón por el que se marcha repetidas veces el Quijote, o sacarse un mensaje de vida de los viajes por los tiempos en Verne. En general disfrutaron del sublime movimiento por paisajes, galopando sobre rítmicas prosas o imágenes poéticas y audiovisuales. 

En adelante estuvieron preparados para la nostalgia de los lugares. Sin ir, se hicieron apenas recuerdos de ellos, con esperanza de volver. Quedó interiorizada la preguntadera sobre el esfuerzo humano que devenga cada cosa. 

Y hasta acá apenas encontraron seductora la idea de estar en la mente. Hacían esfuerzo por entender el universo que se extiende hacia afuera, pero continuaban con el temor de incursionarse en sí mismos.

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