228. Cabeza

El sol asomó encima de la montaña. Iluminó la oscuridad azul del cañón con un rayo anaranjado que avanzó entre peñascos y convirtió todo en un verde con brillos de oro.

A esa hora de la mañana Reca ya regresaba al fondo del cañón. De madrugada subió caminando hasta llegar a las afueras de la ciudad. Aún en la oscuridad de la noche recibió, como cada viernes, la carga de bazuco.

Con lo que vende esos desechos de cocaína Reca cubre necesidades de los niños y se da algún gustico antes ni soñado. Solo es traer el paquete cada semana, repartirlo en bolsitas y entregarlas a cada vecina de la vereda que también abrió olla en casa.


Como cada viernes, Miro esperaba a su mamá bajar por un lado del cañón y su juntos hasta la escuela al otro lado.

Miro, como siempre, se sentó en una banca abajo de una montañita con un camino hacia el trapiche.

El trapiche estaba en plena molienda. Afuera dos niños jugaban esperando a que los llevaran en mula a la escuela.

Uno de los niños lanzó una roca que rodó hasta chocar y partirse en dos. Una parte quedó inmovil y la otra bajó hacia la derecha tomando más y más velocidad.


Miro estaba concentrado en el verde brillante del cañón. A ratos la neblina se despertaba con el sol encima y tapaba la parte baja de la montaña. De repente todo se puso oscuro.

Miro quedó tumbado en el piso con cada cosa que llenaba su cabeza regada en la tierra.

Algunos vecinos fueron. Sabían que Reca llegaría pronto. Recogieron con las manos las partes de la cabeza del niño para ahorrar dolor a la madre.

Mientras recogían, comentaban sorprendidos que, como sus hermanas, el niño también había muerto por la cabeza
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