Un buen librero de usados lee lo máximo posible un libro antes de llevarlo a su biblioteca personal. Tiene el lujo de tomar lo que ya comprobó.
Esa vez hice al revés. Compré el libro primero y lo leí mientras avanzaba la feria.
La primera vez que apareció Rosero en feria nos tomamos una foto. La segunda fue en ese librito. La miniatura de 34 cuentos cortos y un gatopájaro, con su carátula rosa, el híbrido animal y la humedad ya encrespando algunas hojas.
Lo leí casi completo ignorando la dedicatoria, con tinta negra, letra gruesa, casi infantil. Decía: "De Simón Rodas para Carmen Rodas".
Asunto de familia, pensé. Le conté a Fer, mi compañero. Pasaron solo unos minutos, cuando Fer dijo, señalando al fondo del pabellón:
-Vea, ese es el papá de los del libro.
Era un señor delgado, de bozo mesurado, cabello con algunas canas peinadas hacía un lado. Lo había visto antes.
-Dígale -dijo Fer cuando él estaba al lado.
No quise. Siempre es un asunto serio cuando un libro sale de una biblioteca personal hacia el mercado de segunda. No quería comprometerme en una historia así de dramática. ¡Que un regalo que ella no quiere! ¡Que un robo de biblioteca…!
Pero Fer le dijo.
Le mostré la primera página. Inmediato vio la letra cándida, me pidió un precio de compra.
-Quiero terminarlo -dije.
-Te doy uno nuevo -respondió
Ese libro no era fácil de conseguir nuevo ni de segunda. Sin embargo le dije que cuando terminara de leerlo se lo llevaría, que estudio en la misma universidad que él trabaja.
Al lunes fui a su oficina. Como no estaba, lo entregué en la editorial, en silencio, sin dar mis datos.
Aún me pregunto si ese Rosero por fin se amaña en alguna biblioteca de los Rodas.
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