209. El brasilerito

Hace ya dos años, y aún sin superar que no aprendí el famoso paso de baile, ni le saqué un video al brasilerito que enseñármelo intentó tanto.

Hacía cuatro días de mi llegada a ese país y si mucho sabía una o dos expresiones en portugués. Para dinamizar mi aprendizaje, fui a una fundación que toda la semana abría actividades para gente de barrios aledaños y también para extranjeros que quisieran compartir o cooperar en algo. La mañana que llegué fue directo a una clase donde daban refuerzos de lengua. Toda la clase estuve perdido, clavado en las miradas inquisidoras desde los pupitres alrededor.

Cuando llegó el momento del entre clases, todos salieron rápido, fieras a jugar a la pelota. Ahora niños y niñas de todas las edades corrían por el solar de la residencia. Y fue aquí cuando apareció el niño del baile, moreno, de abdomen pipón y ojos redondos y dilatados. Al principio estuvo lejano. Luego entró al juego de futbol que iba alrededor de la casona. Cuando muchos se cansaron, quedamos él, la pelota y yo.

No jugamos, él empezó a preguntarme cosas. Sin entender, yo le insistía, “fala devagado”. Ahí dejó de formular frases y empezó a señalar sin parar objetos alrededor. Decía la palabra del nombre y describía en mímica, hábil con las manos. Cuando acababan las posibilidades nuestro inventario improvisado de cosas para referir, fue que hizo el paso.

Lo hacía fácil y con gracia. Quiebra cintura hacia delante y acerca brazos, la saca y pone los brazos adelante para pasarlos al otro lado y repetir a este lado. Lo hacía con cara confiada, sonrisa ladeada. Ahora interactuábamos con el cuerpo y dejábamos los lenguajes de palabras.

Entiendo su insistencia en enseñarlo, dejar el mejor legado. Y por esto mi insistencia en este asunto.



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