208. Ternura in crescendo

La noche de la prueba la gente dudaba del amor entre Bianca y el busero que vivía más arriba. El embarazo de la loquita de la loma era positivo, mientras el amor entre el padre y la madre del neonato era negativo, dígase, casi inmediatamente que la esperma internó en el óvulo.

Al busero se le dejó de ver pasar. Nunca más a pie y algunas veces de conductor o copiloto, cabeziagachado. Bianca esperaba infantil, a pesar de sus veintiséis años, el retorno del caballero. A pesar de esta inocencia sin razonamiento, a medida que el cuerpo empezó con cambios, la mirada desenfocada envileció ahora. Nació una niña que Bianca demoró en reconocer como hija. Pero a poco le alcanzó la ternura que el pequeño ser soltaba en mugidos y miradas retorcidas que recordaban las suyas.

Aunque la niña creció a Bianca aún se veía caminar sola por las aceras, perdida igual que siempre. Fue después de los 12 años de la niña, que juntas salían de paseo. Andaban en las tardes, con el cabello enmarañado y grasoso, los colores sin relación entre los suéteres, las sudaderas y el calzado plástico, y con paso desconcentrado y detenido. Hacían la misma ruta siempre: primero cuarto de pollo asado, segundo naranjada gaseosa y tercero algún juguete de pocos pesos.

Ese día a fines de septiembre el juguete fue una cometa. La compraron a un tipo que vendió barato, pero sin el palito horizontal que tiempla las alas. Era mes sin viento, pero un conocido estaba allí. Desde lejos Bianca lo saludó y pidió ayuda con la cometa. La niña, ansiosa de elevar y sensible a las avionetas y aves pasando, a penas seguía las indicaciones que empezaron a darle.

Mientras todo, Bianca hablaba mucho, adulta y tierna, de su hija tan grande.



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