204. Leer toda la biblioteca de los vecinos

¡Cuántos libros ajustaba L. en su biblioteca! Al principio demoró en llenar con libros que leyó, un pequeño mueble de tres pisos poco anchos. Pero después tuvo que armar una estantería aparatosa, de bigas altas y anchos pisos, cuando incontrolado empezó a meter libros sin leerse.

La llenaba de libros que ahora le formaban una especie de cruz, una carga para llevar a cuestas como una promesa mal calculada. Buscando estar al día, cada cierto tiempo renovaba los órdenes por temas, por nacionalidades, incluso hasta amontonar uno sobre, otro a modo pila de espera. Sin embargo no funcionaba y por cuestiones externas a este gusto por la lectura y tenencia de libros, por ese cociente resultante de la ecuación de La Vida menos El hábito de leer, L. no leía su biblioteca.

Una mañana llegó una nueva vecina al piso de abajo. En cuando la escuchó desde su piso, L. se impactó por la manera diferente de la señora para hablar. Con los días aprendió ese sutil uso de las palabras, entre los días cotidianos, de una vida sencilla. Al poco tiempo ella hábil con el verbo, ingresó en la confianza de L. Sin ponerle en reticencia las guardias de la intimidad y confianza para legar gestos y objetos, consiguió acceder los libros de L.

Al principio le prestó pequeños tomos, celoso, buscando que los regresara lo más pronto. Ninguno demoraba más de una semana en la lectura de la vecina, quien en cuanto acabar, no demoraba en pedir otro. Después le prestó los tomos más gruesos, y estos, si contaban con letra de buen tamaño, tampoco demoraban en ser devorados. En seis meses la vecina leyó toda la biblioteca de L. Este sintió vergüenza, y tuvo aún más cuando la vecina pasó a la biblioteca de un vecino nuevo.



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