202. Escribir la mudez

Esa madrugada me desperté sin oxígeno y con una sensación extraña. Era como si la mudez se volviera fantasma y hubiera estado durante horas mirándome dormir en la cama. Desperté y tuve de inmediato una idea sobre el silencio del pasado. Este no me resultaba un estado pleno, sino una ausencia desmedida de palabras. 

Me vinieron en fila las escenas de conversaciones con frases que no se dieron, personas unas frente a otras separadas espacialmente por unas canaletas cocas, vacías, por la falta de palabras.

Entonces me puse de pie aún en la oscuridad, agarré papel y un bolígrafo y escribí todas estas imágenes de cómo me espantaba la mudez. Trataba de explicarme esto, lo uno y lo otro, también volver tangible para mí, aquello que no dije en ocasiones pasadas, a seres más o menos especiales. 

Por momentos escribir todo menguaba el taco obstructor de la tráquea que me ahogaba desde que desperté. Pero no duraba mucho. Luego las palabras plasmadas para mí quedaron a medias y los textos no adquirieron más sentido que por pequeños referires entrecortados.

Tuve que cambiar el tono y el objetivo. Dejé la voz reflexiva y dirigida a mí y redacté cartas con esas cosas no dichas a todas esas personas que debía decirles algo porque la mudez había estado entre nos con sus canaletas vacías. Las palabras ahora sí formaban un sentido, y el oxígeno volvía a entrar a mi cuerpo y sentirse hasta en la punta de los dedos.

Cuando terminé y pensé en entregarlas, el bienestar que había adquirido se desvaneció. Me engañaba. A quienes escribí estaban muertos o ya habían decidido olvidar leer. Sin embargo quise llevarlas al correo que queda a cuatro días de camino abajo por la montaña, aunque tuviera que inventar las direcciones a donde quería enviarlas.


Comentarios

  1. Si vas en el camino, también podrías entregarla a algún desconocido que encuentres por ahí. Tal vez las palabras puedan consolarle o, al menos, interesarle. Tal vez necesiten alguna palabra de tu parte. Pero cualquiera sea la elección que tomes, espero que de alguna manera recuperes el oxígeno.

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    1. Parece que las palabras sentidas entran en quien deben. No piden permiso. No piden disculpas por lo que provocan o dejan de provocar. Así son, toda y cada una. Y así es ese gésto libre y espontáneo que adquiere valor por ello. Gracias por leer y compartir esta idea. Algo muy oportuno esto de provocar movimientos en donde menos se piensa.

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