191. Cicatriz


Todos íbamos modificando las bicicletas para la fiebre de velocidad. Las mutaciones en esas pequeñas cross iban por llenarlas de peso muerto y hacerla de posturas más aerodinámicas para el piloto que entre más agachado y con la cabeza clavada quedara, mejor. Se pasaba entonces por suspensiones de barras gruesas y altas, llantas lisas, pisteras y chillonas, timones planos y bajitos, manzanas con rodamientos en vez de simples balineras. Algunos, llegaban al extremo de amarrar pesas o rellenar de cemento algunos repuestos. Con estas modificaciones bastaba para agarrar altas velocidades de descenso. 

Las legendarias carreras las ganaban siempre entre los mismos. Estos, a poco eran más renombraros en los barrios, en voz de generaciones ciclistas menores. Se trataba de una nómina de al menos seis riders que, para los murmullos callejeros, sacaban la cara por sus barrios gracias al dominio de las más arduas pistas de la ciudad. Estas consistían en trayectos de descuelgue por anchas avenidas que, desde la montaña curveando por las laderas de barrios, entran a Medellín. Al centro de la ciudad el cerro pueblito paisa era de los favoritos, con sus curvas cerradas y el turibus subiendo de frente. 

Cuando no se estaba corriendo, se practicaban maniobras como dar pedalazos con la rueda delantera parada, o andar con la trasera mintiéndola suspendida al hundir el freno delantero. También salimos para andar en caravanas por calles de barrios desconocidos. De un paseo de estos tengo una cicatriz. Me caí en una curva mojada rompiéndome la piel al lado de la rodilla, por el extremo interior. A ambos lados se ven donde estuvieron los once puntos de sutura. Cuando la pierna está extendida parece una bota y cuando está flexionada parece un corazón. De un accidente sin adrenalina me queda un recuerdo de una álgida época de velocidad.

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