188. Marear


Muestra los colores puestos, no seas terco. Sin cálculos de paleta, no. No conquistes propias combinaciones. Evita declives de tonos. ¿Pintar sin bosque?, bueno. Sonidos de hebras rasparán al paso, presionadas por el peso de la muñeca. Sabrás la cadencia en pinceladas. Odiarás el lienzo blanco. Sentirás terror a expresiones no medidas. Evitarás pérdidas de color, imágenes caducas y tonos repetidos.

Alejarse de sí mismo, desencontrar al otro: es mentira. No resbalarás por la deriva del falso entusiasmo. Ni tendrás temor de errado. Eso sí, no pertenezcas a partes, ni abandones todo. No crees dimensiones, y sobre nada dije, no perezcas a partes.

Retente, respirando para adentro. Olvida exhalar lento. Lentos, los acontecimientos. Lentos los dóndes, y lentas las razones. Los sentidos, para control real. Los sentimientos, para contrariar real. Para nada, disculpas, de sí mismo. Para todo, miedo, de volver actuar.

Evita las mentes equidistantes, y conspirativas. No cansarse. Economizar para luego. “Las cosas a su tiempo”, dijeron. Y no tendrás que padecer por el ritmo estropeado. Y nunca tendrás necesidad de uno propio. Tendrás un presente no gastado. Y un futuro sin ruinas.

A la urdimbre, la soledad de los hilos. Y del tejido, lo incompleto. De la longitud, el carrete que lo disimula. De lo fino, la aguja. De la aguja, el filo. Del filo, la sensación de piel chuzada. De los chuzones, la vida tan viva. Y a la vida, evítala.

Revisa de los dedos, la soledad con que escriben. No imagines de la piedra con palabras talladas, las ruinas de dispersas rocas con letras solitarias. De la poesía, el antiguo vocabulario que vuelve. De ese vocabulario, el caparazón oscuro y calloso. Del callo, lo hecho; y la lima de momentos, lejos. De la tortuga, ansiedad. De la ansiedad, nada. Y de esta última, el inicio.

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