186. Dejar las rueditas auxiliares de bicicleta



O. llegaba de repente en bicicleta y todos en casa se impresionaban porque venía desde la zona noroccidental hasta esta parte tan al sur de la ciudad. Se preguntaban por la grandeza de la odisea que emprendía: bajar por lomas, andar por las avenidas concurridas a los cuatro carriles por conductores en automotores a toda velocidad y sin reparos en ser despiadados con ciclistas y transeúntes. Le preguntaban y O. solo hacía como si nada fuera mucho. Ya a punto de irse le mencionaban lo que le esperaba de regreso, cuando las energías las tenía más gastadas y las lomas ahora había que subirlas. Pero él nunca mostraba ni ápice de desgano.


Cuando tuve la segunda bicicleta, más grande que la primera, también traía atrás en ambos lados las rueditas auxiliares. Yo montaba contento atravesando el tiempo, sin preocuparme por dejarlas algún día y aprender del equilibrio toda la ciencia de andar en bicicleta. Hasta que una mañana de sábado llegó O. Todos estábamos en la sala y él apareció en su bicicleta cross plateada, de marco grueso y tacos en las cuatro puntas de los ejes. Entró, saludó, tomó algo, y como todo mundo le preguntaba por esa gran odisea en bicicleta, la bicicleta fue un tema de varios minutos de conversa. Hasta que él solito terminó empecinado en enseñarme.

Yo solía ensayar desapretando en el eje las rueditas y girándolas hacia atrás para tenerlas suspendidas durante el tiempo de práctica. Ese día fuimos al patio, que era lo bastante largo para dar pedalazos completos y sostener el equilibrio, y las quitamos del todo. Fue cuestión de cuatro o cinco intentos, en que O. me sostenía desde la parte inferior de la silla y luego me soltaba, para que yo lograra un buen equilibrio y no recordara las rueditas.

Comentarios

  1. Este relato me llevó un momento a mi propia mi infancia <3

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    1. Que alguna de estas historias motive a quien lee volver sobre su memoria, es un golazo. Gracia por leer y por compartirlo por acá :)

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