183. Conversación de dos obreros



Dos hombres entrados en años, de overoles grises con pequeñas betas de cal y pintura desde los muslos para abajo, se encuentran en un cuarto de luz tenue y con dos hileras de viejos casilleros hundidos y con doblones en las esquinas de las puertitas. Uno saluda al otro con un movimiento de cuello y cejas. Mientras abren sus bolsos empiezan a conversar casi en susurros: 

- Yo también fui líder y me alejé asustado de lo que podría lograr dirigiendo gente. Claro, pensando en conservar la calma y los principios, pensando que si mucho conseguía mucho me alejaba del supuesto bien. Por eso lo que me duele de la historia, de mi generación y de toda esta gente que está naciendo ahora, es que no conciban siquiera la posibilidad de manejar el poder. Sino que todo mundo o lo evita, o lo ejerce desmedida y despiadadamente. Es que nunca nos damos la oportunidad de aprender a manejarlo. No nos educan para eso. Sin embargo, uno no se perdona las oportunidades desaprovechadas. Si yo hubiera seguido... 

- Ahh, hermano, póngase en lugar de esa gente que empieza algo y va creciendo y creciendo. Les toca pasar por gente que les hace cizaña, gente a la que ayudan y cada vez quieren más, que pasan de recibir el dedo a tratar de coger el brazo. Es que mire, cuando uno hace algo grande ya le toca ser un hijueputa, independiente de cómo se comporten las cosas al interior de lo que uno maneja. A uno le toca ser un sádico con los más inmediatos a quienes maneja, para que ellos sean templados con los que manejan al interior de esa gran masa o imperio que se ha formado. Porque si uno es medio carismático de una se la montan, eso no lo dude.

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