181. Un viaje de hincha

Cada país tiene un equipo con una hinchada nacional. Largas historias de sufrimiento y aguante hay detrás de esta afición cuando rebasa los límites de cada ciudad. J., con apenas unos pesos para comer, en pantaloneta y sin más objetos que una chompa y su blackberry, sale con un pequeño grupo al norte, a Medellín para ver jugar de local al Nacional, el equipo del que ya ajusta cuatro escudos tatuados. 

Viajan en las mulas que van por las avenidas primarias del país. Esta vez se cuelan en una cuando para en la fila del peaje en las afueras de la ciudad. Una vez montan se acomodan entre los pliegues de una mercancía de papas olorosas y con costras de tierra. Como los conductores han acostumbrado a andar con un arma para espantarlos, deben ser muy cautelosos mientras se instalan. Si en pleno camino el conductor siente algo extraño se detiene y va atrás a dar un vistazo, con el cañón preparado en alto. Sin embargo, su cautela para viajar colados es bastante experimentada, desde niños, y con maña pueden aguantar el viaje hasta las afueras de la ciudad de destino, donde quedarían a un bus que los lleve hasta cerca del estadio hoy verdolaga Atanacio Girardot. 

Sin embargo, a pocos minutos de arrancar, cuando la mula disminuye velocidad y pasa un resalto, otro grupo de hinchas verdes se pega de la reja del remolque. J. sabe, es momento de arremeter batalla de una guerra casada tiempos atrás en el estadio y continuada en los barrios de su ciudad. En la velocidad que viaja la mula J. y los suyos se enfrentan a mano limpia contra los otros con cuchillo. J. y su grupo se mueven por el remolque hasta rendirse y ser lanzados a la carretera, sin sus objetos.

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