179. Un recuerdo del estadio

Como sabes por el otro cuento de fútbol, cuando compramos la camiseta empezamos a ir al estadio. Para esa época eran normal los disturbios en las tribunas del Atanacio. La barra brava siempre hacía de las suyas en cuanto se daba el pitido final, y más bravas aún, cuando el marcador no era a su favor. Y ni hablar de cuando era clásico de los verdes contra rojos. Lo normal era entonces que el ESMAD arrasara echando gases lacrimógenos hacia la barra popular y ahí todos los que quedaban en el estadio buscaban salida hacia donde fuera.

Fue así como papá y yo llegamos a pisar la grama, por fin: estar al centro y mirar alrededor las grises tribunas acorralarnos. Era estar dentro, pero en situación de escaramuza. El gas nos hacía arder el líquido de los ojos y desaparecer el oxígeno que entraba por las fosas y la tráquea. Nuestras camisetas de hincha y colores eran la salvación para no caer desmayados y doblados por un rato sobre la grama, con todo mundo revoleteando por los lados. Tanta era la alucinación sin embargo que nos entraba por el sistema respiratorio hacia las neuronas, que hasta los recuerdos los tengo tergiversados.

En ese día que entramos a la grama recuerdo habernos encontrado con un primo. Digo recordar porque tengo la imagen del encuentro allá adentro, con las camisetas mojadas tapándonos boca y nariz, mientras él llegaba para hacer resistencia un rato juntos. Sé de la incongruencia de este recuerdo porque también recuerdo a mi primo cuando lo encontramos luego del partido, aún sin camiseta y contándonos que él sí cayó desmayado. Sospecho de este recuerdo también porque pienso que más bien fue un sueño, allí donde sobre viejas escenas suelo poner a familiares que no estuvieron, y se han ido.

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