175. Guamas


Cerca de medio día los cuerpos empezaban abandonarse encima del sofá. Reposaban uno contra el otro formando una sola pieza. Las pieles se secaban de los líquidos exhalados del interior candente. Quedaban con una textura de aspecto opaco pero tercia al tacto. Los olores de la pasión dejaban la sábana y se permitían arrastrar por las corrientes de aire entrando por la puerta ajustada y saliendo por la ventana. En ambos el tacto a poco dejaba la sensibilidad extasiada, e iniciaban un estado mental donde todo es un presente completo e ininterrumpible.


Pero se escuchó desde afuera pasar un pregón de venta invitando a comprar guamas y preguntando si a la gente le gustaba chupar. Al principio ninguno se inmutó, aunque a medida que se acercaba y repetía la voz, ambos se rieron. Más que por la gracia del vendedor, rieron interpelados en su complicidad y recuerdo del pasado reciente donde se pasaban la lengua y succionaban la piel empeñados en extraer líquido o gemido. Rieron poco y volvieron a su estado de plenitud, casi sobreflotando el sofá. 

Una mañana, semanas después, estaban sentados en la banca de un parque. Con palabras buscaban seguir construyendo cariño y saber, más pronto que luego, qué tipo de idea resultaba más parecida al amor, para compararla con lo que sentían ahora los cuerpos alejados del sexo y unidos solo por miradas y palabras. Hasta que volvieron a pasar los vendedores de guamas, lento, empujando la carreta llena de los cachos verdes oscuros. Compraron. Con delicadeza las abrieron y cada uno llevó a la boca una pepa oscura recubierta de terciopelo blancuzco. 

Chuparon el líquido y tragaron la tela. Escupieron las pepas. Vieron que eran la unión de dos hemisferios. Los separaron. Descubrieron que se juntaban por un terciopelo café. Destruyeron, para construir amor.



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