166. Esperando taxi

Miraba al suelo mientras pasaban los autos. De repente volteaba la cara hacia uno y otro extremo de la calle. En manera automática extendía el brazo y agitaba la mano al taxi que pasara. Ya no importaba si iba desocupado o no. 

Cuando pasaban de largo, este hombre volvía la mirada a su esposa y luego a su hija. Ambos padres, con los hombros encorvados por el peso de las maletas, resistían de pie. Pasaba otro taxi, y el conductor los miraba desde rabillo del ojo. 

La mujer mantenía con la mirada rígida hacia el frente, con la frente a una altura digna. La niña por su lado miraba con un comportamiento de parpados que dejaba entender la sobra de inocencia ante la gravedad de la quietud y la tardanza. Por un reflejo que llegaba como un pase emitido por su mamá, se reacomodaba el uniforme intentando bajar un poco más la pretina en la cadera del jumber, así no hubiera qué acomodar porque llevaba todo bien puesto. 

Cada que pasaba un taxi esta escena se repetía: el hombre miraba abajo, su mujer mantenía la mirada digna y la niña inocente, por reflejo, era digna a su modo. 

De momento, la cara en la mujer cambió a intranquilidad. Me evocó el desconsuelo de quien trata de contenerse por decencia, pero a quien el cuerpo le traiciona formando ángulos y sombras propios de rostros pusilánimes. 

Los carros continuaban rebasando el brazo en horizontal del hombre y él por costumbre agachando la cabeza, luego reanimando las fuerzas en el cuello para mirar a su mujer, y por último pasar a los ojos de su hija, antes de volver a intentar agarrar un taxi. 

Al fin me alejé de la ventana y me inserté en el cuarto trasero queriendo no saber de ellos.


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