162. Ciudad ahogada (I/III)

El cinturón tropical del globo terráqueo se insta en vientos que entre sí convergen orgánicamente. Vientos suben y descienden a la superficie, discursando por cambios de temperaturas opuestas. En ciertas épocas los vientos viajan al norte hasta el trópico Cáncer para luego bajar al sur capricorniano. Tanto de subida como de bajada pasan sobre tierras altas y bajas, aguas dulces y saladas, que reaccionan invistiendo fenómenos atómicos deslumbrantes. En este discurrir se forman capas de atmósfera que danzan y soban las formas geológicas, explorando misturas climáticas.

Al descender hacia la superficie terrestre, el aire se comprime y pasa hirviente por regiones al interior de los continentes. Dejando un ambiente reseco, pasa por los desiertos alineados en horizontal por los paralelos tropicales en el ancho terráqueo. Pasa por los bosques intertropicales alentando incendios forestales, afogando al flamante gas para que multiplique su fuego corriendo como río entre la vegetación. Las partículas de la fauna carbonizada son arrastradas por los vientos hacia ciudades intertropicales. Van y oscurecen más el horizonte urbano.

Las nubes llegan para acabar la temporada veraniega, pero sobre las ciudades montañeras terminan haciendo una especie de cobertizo que las aísla del resto del globo terraqueo. Vapor agualluvia, dióxido carbono, óxido nitrógeno, metano, ozono, despedidos al interior citadino, buscan elevarse, pero se contienen. Desde la corteza pavimentada las nubes se ven como capas oscuras y condensadas, enfermas y oscuras como várices sofocadas. Desde allí abajo, el rango de visibilidad es limitado, la neblina es de partículas cada vez más diminutas, y afiladas, preparadas para ingresar por bocas y narices, para dejar marca de mundo muerto en pulmones vivos.

Las ciudades, abajo donde existe el aire y la gente se asfixia, ahora no cuentan con una limpieza natural de su relieve y ambiente. Cada una se ahoga en sus propios desechos.



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