160. Cariño dificultoso

Al doblar la esquina al borde del edificio, se ve su lateral alineado a una acera. Ambos forman un callejón que va al fondo hasta desembocar en una avenida que pasa perpendicular. Esa mañana cuando doblé la esquina, divisé sobre la acera, poco más acá de la avenida, a dos personas frente a frente. 

Como había empezado a caminar ya hacia adentro por el callejón, no tenía gracia devolverme y parecer sospechoso de algo que igual no pasaba. A medida que me acercaba, detallaba mejor lo que hacían ambas personas. Tenían sus rostros muy cerca. El hombre sobre unas cajas desarmadas estaba sentado con las piernas cruzadas. Cargaba una pipa de tubos metálicos con un polvo gris oscuro que pasaba de su otra mano. Estaba tan concentrado como si estuviera solo. La mujer, de cuclillas al frente, le hacía algo a él con los dedos sobre el rostro. Parecía que le estuviera limpiando manchas o arrancando costras.

Me acercaba a ellos. Ahora notaba el pulso nervioso de la mujer. El hombre continuaba con la mirada agachada sobre la pipa. Ella mantenía el equilibrio sobre sus pies, el pulso de sus manos y la mirada en él. 

Cuando estuve muy cerca, el hombre dijo cordial: 

-Buenos días caballero. 

La mujer de inmediato se paró, como intentando irse hacia la avenida al fondo. 

-Buenos días. ¿Cómo están? -dije. 

Ahí la mujer bajó la velocidad, regresó al lado del hombre y volteó hacia mí. Saludó en silabas trabadas que a poco se iban calmando, aunque la mirada y las manos estaban desorbitadas. Se le notaba el esfuerzo por hablar y comportarse. Su lucha contra su cuerpo y mente la sentí como una prolongación a mí también, del cariño dificultoso que trataba de dar aquella mañana. 

Desde la avenida miré y todavía estaba saludándome.

El amor más puro
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