156. El marrano de E.

E. no volvió a ver a su padrino sino cuando le llevó de presente un marrano, el día que hizo la primera comunión. Se lo dieron en la acera cuando regresaba de la iglesia, sus hermanas abrían la puerta, sus padres iban detrás y de último E. El padrino le puso la soga en las manos, él la recibió con el codo contra las costillas y la mano hacia adelante, reteniendo al animal. Buscó un gesto en sus padres, pero regresó la atención a su padrino.


El padrino solo dijo que lo cuidara hasta que bien gordo valiera más plata.

Como la señora de la casa del frente criaba marranos en el solar, le pidieron el favor que cuidara también a este chiquito. Entonces cada día le llevaban restos de comida para hacer el agua masa. Así pasaron meses, el marrano crecía y la mente emprendedora de E, se inflaba con esta representación del ahorro económico. 

Meses antes, una de las cuatro hermanas de E. le contó a la madre que sospechaba estar embarazada. La mamá la miró de la frente hasta los tobillos y lo comprobó de inmediato, pero no hizo la pregunta que debía hacer porque no le conocía novio por aquellos días. Ahí las dos supieron del problema a que se enfrentaban: una madre soltera y la irónica desaprobación patriarcal. 

Tal como se imaginaron, de parte del padre de la casa no recibieron ni consideración ni centavo para ese bebé. Pasaban los días, engordaba el marrano y también la hermana de E. Hasta que llegó el tiempo del parto. La preocupación de la madre y su hija encinta estaba por los aires pensando en dinero. E. llegó una noche en silencio, fue donde su madre y le entregó los billetes que costó el aún prometedor marrano joven.

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