155. Sonidos matutinos

El intervalo de silencio casi absoluto que conecta un día con otro acaba durante la oscuridad y el frescor del aire en la madrugada.


Empiezan dentro de las casas a sonar las cosas. Los cubiertos tintinean unos con otros, contra el metal de las ollas y la loza de los platos y pocillos. Las duchas sueltan el chorro de agua sonándolo contra las baldosas. Luego los sifones tragan hacia el subsuelo y provocan un gorgojeo con un eco que se esparce por la red de tuberías. Puertas se cierran retumbando contra los marcos y las chapas resuenan por segundos.



Durante el amanecer aún blanco en las calles, se deja el silencio por zumbidos ahora más fluidos, de buses que inician sus rutas, camiones que reparten suministros y gentes que suenan mofles de motores y cadenas de bicicleta o que hablan mientras caminan. Mientras los pájaros cantan desde las copas de los árboles anunciando la luz amarilla que se prepara al otro lado de la montaña al este de la ciudad.



Cuando el disco de luz asoma una parte por encima del pico montañoso, aglomeraciones de transeúntes ya están formadas y avanzan como una serpiente por las aceras. Sus murmullos y el arrastre de las suelas se acumulan y vibran al unísono. Desde todos lados llegan los pitidos del tráfico atascado, las alarmas de los vehículos reversando o parqueados en aceras. Al fondo bajo, traquean piñones de cientos de máquinas, zumban plantas eléctricas, y tocan cajas de audio en locales. Alto al cielo susurran helicópteros y aviones.



Suena todo mientras el sol avanza desde la montaña hasta quedar vertical sobre el valle ciudad. De a poco vuelve el tintineo de los cubiertos unos con otros, contra ollas, platos y pocillos. Luego los almuerzos en platós suenan su peso contra las mesas.



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