152. Un paseo


A plena tarde, N. camina por el centro de la ciudad. En cada momento se distrae del paso que lleva, atendiendo a su vos mental que le narra lo que ve y oye.

Va por una acera de edificios, pasa al lado de una planta eléctrica metida en una caja de barrotes verticales, de metal y con la pintura reciente. Tiene reparos en el contraste entre las máquinas y lo degastado de los inmuebles donde aquellas están instaladas. La planta eléctrica suelta un sonido que asciende y a poco, merma. Pareciera que tuviera enjaulados miles de grillos sónicos. N. espera la siguiente tonada, pero solo llega el taladreo de un aparato perforando paredes en los pisos arriba.

De una ventanita al otro lado de la calle asoma una señora de párpados y labios pintados del mismo rojo. Le grita a N. algo, a la vez que asciende el sonido de la planta eléctrica. N. hace como si nada y continúa por la calle pasando su delgado tronco y su olor acre por entre la gente apeñuscada en las aceras. Mientras, narra de las aves los picoteos en las fachadas de los edificios y el aleteo de las que cantan volando.

Hasta llegar a una plazoleta de piedras superpuestas que se bifurca en tres senderos al interior de un mismo bosque. Caminando hacia adentro, tuvo N. en palabras el canto de las guacamayas en las copas de los árboles, seguidas por coros de canarios y loros respondiendo desde las ramas intermedias y bajas.



Deteniéndose, ve una guacamaya volar alrededor del árbol y por un costado ingresar hasta las ramas más cercanas al tronco. Ella mira a N. Este se aleja hasta salir al otro lado del bosque. Al anochecer escuchará en las mangas privadas las podadoras con zumbidos de motores cortando.


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