148. El crimen de los cristales

Se puso en camino agachando la capucha negra hasta las cejas y con la otra mano guardando una moneda eléctrica en la axila. Por las escaleras de la plaza del parque, vio la puerta que le había indicado una mujer dos cuadras atrás. Abrieron un poco, entonces el científico dijo el nombre del cristal que buscaba.

-¿Para qué lo necesita? -dijeron al otro lado.

-No es de su incumbencia, caballero -dijo.

-No hay venta entonces.

-¡Experimento casero, alquimia de novato!

-Me cuenta o no pasa.

-Verá… -dijo mientras ingresaba la mano en la camisa dentro la capucha.

-Acérquese -insistió mientras agarraba la moneda taser.

-Mire mi experimento -añadió.

En cuanto el vendedor asomó la cara, le conectó la moneda en el cuello. El electrochoque lo hizo tambalear hasta recostarlo contra la pared. Dentro, el científico agarró la barra de una vieja báscula y le abrió de tajo la cabeza al vendedor. El cuerpo hizo un charco que salió bajo la puerta dos segundos luego de que el científico se machara.

El científico sostenía que, si metía el cristal en una caja que construyó y la dejaba la cima de un cerro, captaría la energía astrológica que anhelaba hacía varias décadas. No estaba equivocado, pero llamó la atención de unos hombres extraños. Las semanas siguientes el científico estuvo vigilado las veinticuatro horas durante sus viajes entre el cerro y su laboratorio.

Una mañana tocó a la puerta un hombre de negro, mostrando su placa policial. El científico con los ojos amarillos y las puntas de la barba asomadas y deshidratas, se congeló un segundo, nunca había recordado el asesinato del vendedor.

-Podemos pasar para conversar -le dice el policía al verlo mirar perdido.

-Adelante- dijo dando un giro sobre los talones.

Apenas dejó su cuello al descuido, el agente le disparó.



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