Esa noche Ana, morena cubana de ojos muy redondos y gran estatura, dejó a DonT. más temprano de lo acostumbrado, dejándole solo un beso simplón. Al doblar la esquina, él corrió a verla, ella pasó de largo por el bus que montaba para regresar a casa al norte de la ciudad. Ana salió de su vista entrando en la aglomeración de gente que conversaba y fumaba afuera de las tabernas con avisos titilantes.
DonT. quiso seguirla, pero no podía dejar el negocio familiar en la banca del parque, la venta de cigarrillos y papeletas de polvo.
Ana dobló otras dos esquinas sobre la misma manzana y en la calle abajo del parque entró por una callejón hasta el portón de un viejo edificio, donde una mujer mayor, de piernas abollonadas y corte de cabello masculino, le agarró la mano buscando entrelazar los dedos, y la dirigió adentro.
Al otro día en la tarde, cuando el sol se metía entre la montaña occidental al valle de la ciudad, a uno de los caseríos más cercanos a la cima, llegó una patrulla de policía, tumbando la puerta de DonT.
-Está detenido por el homicidio de Ana Pérez -le dijo un oficial jalonándolo del brazo para levantarlo de la cama.
Lo sacaron en ropa interior, esposado y metieron en la patrulla. Los vecinos no se acercaron a la acera, miraban de lejos y de reojo sin girar la cara de frente al arresto.
En un balcón de las casas al frente, cuatro señoras jugaban a las cartas. Entre ellas, la mamá de DonT., una mujer de edad avanzada, piernas abollonadas y corte de cabello masculino, miró de reojo a la patrulla, a la vez que animaba el juego con frases y pases prontos, manteniendo así sobre la mesa la atención de las jugadoras.
DonT. quiso seguirla, pero no podía dejar el negocio familiar en la banca del parque, la venta de cigarrillos y papeletas de polvo.
Ana dobló otras dos esquinas sobre la misma manzana y en la calle abajo del parque entró por una callejón hasta el portón de un viejo edificio, donde una mujer mayor, de piernas abollonadas y corte de cabello masculino, le agarró la mano buscando entrelazar los dedos, y la dirigió adentro.
Al otro día en la tarde, cuando el sol se metía entre la montaña occidental al valle de la ciudad, a uno de los caseríos más cercanos a la cima, llegó una patrulla de policía, tumbando la puerta de DonT.
-Está detenido por el homicidio de Ana Pérez -le dijo un oficial jalonándolo del brazo para levantarlo de la cama.
Lo sacaron en ropa interior, esposado y metieron en la patrulla. Los vecinos no se acercaron a la acera, miraban de lejos y de reojo sin girar la cara de frente al arresto.
En un balcón de las casas al frente, cuatro señoras jugaban a las cartas. Entre ellas, la mamá de DonT., una mujer de edad avanzada, piernas abollonadas y corte de cabello masculino, miró de reojo a la patrulla, a la vez que animaba el juego con frases y pases prontos, manteniendo así sobre la mesa la atención de las jugadoras.
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