147. Fraude familiar

Esa noche Ana, morena cubana de ojos muy redondos y gran estatura, dejó a DonT. más temprano de lo acostumbrado, dejándole solo un beso simplón. Al doblar la esquina, él corrió a verla, ella pasó de largo por el bus que montaba para regresar a casa al norte de la ciudad. Ana salió de su vista entrando en la aglomeración de gente que conversaba y fumaba afuera de las tabernas con avisos titilantes.

DonT. quiso seguirla, pero no podía dejar el negocio familiar en la banca del parque, la venta de cigarrillos y papeletas de polvo. 


Ana dobló otras dos esquinas sobre la misma manzana y en la calle abajo del parque entró por una callejón hasta el portón de un viejo edificio, donde una mujer mayor, de piernas abollonadas y corte de cabello masculino, le agarró la mano buscando entrelazar los dedos, y la dirigió adentro.

Al otro día en la tarde, cuando el sol se metía entre la montaña occidental al valle de la ciudad, a uno de los caseríos más cercanos a la cima, llegó una patrulla de policía, tumbando la puerta de DonT.
 

-Está detenido por el homicidio de Ana Pérez -le dijo un oficial jalonándolo del brazo para levantarlo de la cama.
 

Lo sacaron en ropa interior, esposado y metieron en la patrulla. Los vecinos no se acercaron a la acera, miraban de lejos y de reojo sin girar la cara de frente al arresto.

En un balcón de las casas al frente, cuatro señoras jugaban a las cartas. Entre ellas, la mamá de DonT., una mujer de edad avanzada, piernas abollonadas y corte de cabello masculino, miró de reojo a la patrulla, a la vez que animaba el juego con frases y pases prontos, manteniendo así sobre la mesa la atención de las jugadoras.


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