132. Recuerdo de la ribera del Tonusco (II parte)

Al otro día, el calor madrugó más que mis nuevos compañeros. Sin tomar duchas ni tragos salimos al campo. La granja apenas era un sueño. Los cultivos apenas se pretendían en la tierra marchita y los corrales de los animales solo eran ideas en la cabeza de mi viejo amigo. Este, se dedicaba en ese momento a armar cigarrillos de una hierba robusta, clara y olorosa. Mientras, su ayudante hacia otros con una hierba reseca y oscura.

Terminaron de fumar y empezó el trabajo. Primero, barrer los rastrojos al interior de una edificación reciente pero ya abandonada. La cantidad de alacranes entre los escombros era exagerada. Se debía tener cuidado de dónde se pisa y solo usar escobas de mano extralargo. Esta tarea llevó toda la mañana, con mi viejo amigo dando ordenes a medida que se cumplía la orden inmediata anterior. Él solo espectaba, un hombre sin método. Hacia dos días que se lesionó un brazo al caer del caballo vecino y lo llevaba inmovilizado con una prenda ortopédica.

Este día, el desayuno fue a horas del almuerzo y el almuerzo casi al anochecer. En la tarde era casi imposible trabajar, se podía solo posar al frente de un ventilador que a veces sí refrescaba.

Al otro día el desayuno fue aún más tarde y el almuerzo y la comida aún más simplona. Pasaron así los tres días siguientes. Solo que, agregando trabajos estrambóticos en el campo, que ni un campesino experimentado podría hacer contando buena hidratación, comida y el favor de un clima ameno. Todas estas eran las condiciones que de por sí ya padecía el ayudante. Y a partir de este incomodad laboral, es que entré a cumplir un papel desgastante y desolador entre ellos, lo cual, en tres días, me hizo salir corriendo de ese sitio.

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