127. Abajo camina la aglomeración

Desde adentro de los edificios del centro de la ciudad, arriba, y a través de sus ventanas, se ven pequeñas personas sobre el asfalto. Caminan uniforme, todos similares y a paso regulado. Aunque después de buena abstracción en el plano terrestre, mediante la observación concentrada e incorruptible, tan fija hasta desautomatizar el avance del tiempo y del acontecer de la vida, se nota a aquellos seres caminar disparejo, cada uno a un modo único. Resaltan ciertos grupos. Pasan señores de pantalón con pretina. Se les dificulta doblar las rodillas. Se esmeran por levantar la punta del calzado hacia el cielo para relucir lustre. Mueven las piernas a un ritmo fluido, pero no más que simulado, de alto esfuerzo y cansancio. Esto lo comprobamos cuando, a escondidas, les seguimos por solitarios caminos donde creen no tener una mirada puesta encima, y ahí relajan su cuerpo para andar ya de modo arrastrado, mallugado, dolorido del esfuerzo gastado anteriormente por las aceras, entre la aglomeración. Van las señoras que caminan de acuerdo con el calzado que llevan. El alto e inclinado sostiene a mujeres que no siempre van muy balanceadas. Incluso, en horas de la tarde van aún más descobaladas y flexionan los tobillos hacia los extremos. Si tuviéramos el oído a la altura su piso, podríamos escuchar chirriar el material de las plataformas altas y gruesas. Algunas otras mujeres llevan calzado bajo y plano, jóvenes, viejas y maduras, que gran parte del día la pasan de pie. Estas últimas tratan de ir a paso pronto hacia sus hogares, no les interesa las miradas que entre las aceras del corazón de la metrópolis les lanza la multitud. Desde acá arriba, se ven hormigueos organizadas. Circulan iguales, encajados y parejos como los extensos muros de ladrillo que se elevan por encima de sus cabezas.

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