124. Bicicletas, imaginarios, naturaleza

Las ciclorrutas a poco se fueron deformando. La fuerza de la naturaleza generó grietas en el cemento y el pavimento se seccionó en bloques grandes e inclinados, cada uno en una dirección diferente. Después las raíces de los árboles asomaron por las aberturas. Años luego llegaron volquetas con el escombro para esparcir, y pasar una aplanadora que uniforme la superficie y lograr por último una nueva capa de pavimento.

Así el terreno y las raíces de los árboles quedan reprimidos. Aunque un tiempo no muy largo, porque las raíces no demoran en volver a cargarse de fuerza para alzar el cemento y partirlo en bloques. Entonces los ciclistas urbanos, seres apurados, sin momento para perder, aprendieron a ir por un camino más seguro entre los relevos naturales en la superficie. El camino se lo aprenden principalmente para no tropezar o clavar en una grieta las ruedas y salir volando, escupidos por encima de la bicicleta.

Se trata de un camino en el camino, de líneas imaginarias, que con la experiencia cada quien se aprende, de tanto pasar, día a día, por el mismo tramo de ciclo ruta. Los ciclistas van por las partes más planas de las placas de cemento y pavimento, evitan los picos altos donde solo hay grietas profundas, discontinuidades tramposas. También hacen parte del camino algunos bordes que limitan con las gramas o la calle. Se requiere de buen equilibrio para andarlos y solo pocos, más versátiles pueden atravesarlos sin resbalar.

Algunas veces van ciclistas nuevos que son inocentes del peligro de la deformación de las rutas. Sus bicicletas quedan clavadas o salen disparados hacia arriba, como si saltaran por una rampa. Así les empieza esa memoria del camino no evidente, que solo el ejercicio de la cotidianidad les puede enseñar, a lidia de sustos y golpes.

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