115. El sol regresa a la ciudad

La ciudad llevó tenue sombra durante los tres meses anteriores. Los rayos del sol no alcanzaron a ingresar durante todo ese tiempo.

Así, las pieles humanas se fueron convirtiendo en una corteza blanquecina. A muchos se le levantaron diminutos picos blancos formados por la piel muerta llevada sin ánimo de quitar. O se les incrustaban los cueros de la piel que se negaba a mudar a causa del exceso de frío y la falta de calor para el secado. La humedad levantó calzadas como olas. Los troncos de los árboles lucían pegajosos, virulentos.

Los espíritus de los habitantes de la ciudad poco a poco demostraron la influencia provocada por el eterno y gris panorama. La mezquindad de alma se adquirió como pan diario, por falta de ver los rostros de otros durante las interacciones, por dejar actividades cotidianas, por influencia de paisajes grises que niegan colores animosos.

Ahora, finales de marzo, un anochecer sorprende. Resalta el color naranjado en el telón citadino de montañas, fondo degradado de diferentes azules, verdes y grises. El naranja se ubica en los ladrillos de los edificios en las colinas. También está en el titileo de casas en montañas aún más lejanas. Intermitencia naranja y vigorosa que atraviesa la nube gris del smog. Además, el sol ilumina a tono mandarina cristalina desde las montañas al occidente, coronado de nubes claras y tonos metálicos.

Se trata de un cielo común pero que hoy impacta en los ciudadanos como novedad. Este paisaje les genera en sus pechos un efecto spleen renovado. Allá y acá resaltan en las plantas sus frutillos de colores cálidos y excitantes. Frutos que quizá se preparaban desde la noche anterior para recibir la luz del crepúsculo y formar una escena que revitalice los ánimos de otros seres, también medio vivos, también medio muertos.

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