99. Historia que nadie debería saber (Parte I)

Esa tarde la ruta fue extraña. Me controló un impulso torpe que ahora no dilucido. Y solo por querer entenderlo voy a contarles esta historia que nadie debería saber.

Salimos de la avenida principal hacia una loma que atravesaba un barrio extraño. Arriba, sobrepasando las últimas casas, las calles continuaban a trocha abierta. Los huecos en la tierra hacían balancear brusco al camión en que íbamos. Mi compañero y yo nunca habíamos ido a la casa de este cliente, siempre cuadrábamos nuestros negocios abajo en el centro de la ciudad. Adelante, antes del filo de la montaña apareció el caserío que buscábamos. Nos detuvimos al frente del portón, para que desde la cabina de conducción el cliente nos viera.

Pero inmediato frenamos, mi compañero aceleró, girando para volver a bajar. Descendíamos a alta velocidad. Pregunté qué pasaba. “¿No viste dos tipos saltando por los techos de arriba viniendo hacia nosotros?”, dijo mi compañero con los ojos congelados sobre la vía al fondo cerrada con varios troncos de madera, canecas y púas organizadas a manera de cerca. Frenamos a punto de chocar. Retrocedimos para buscar otra vía, pero muchos niños se venían de frente tirando piedras al parabrisas. Yo trataba estúpidamente de menguar el impacto poniendo la palma de la mano al otro lado de donde pegaba las piedras. Sí, ya sé que si se hubiera roto el vidrio me molía la mano.

Nos escapamos de los niños salvajes por una calle lateral que nos condujo a una vía conectada a la avenida, bordeada de arboles y paralela a un riachuelo que bajaba tranquilo. Cuando tuvimos calma, en la soledad de la vía oscura por la cantidad de árboles, mi compañero se vomitó encima de los pantalones. Estaba blanco, con diminutas goteras de sudor resbalando sobre la punta de la nariz.

Comentarios