106. Fútbol al crepúsculo

Al fondo, el sol desciende hacia el horizonte verde. El cielo azul toma fuertes tonalidades de naranjado, mandarina cristalina. A poco, el gran círculo de fuego se incrusta en el horizonte verde, colmado de fauna oscura, de la selva virgen. Más acá, se ve una carretera recta llegar desde un punto invisible allá en el firmamento. La tierra naranjada y colorada es una franja en medio de un verde que de momento, mucho más cerca de acá, es reemplazado por pequeñas casas de ladrillo naranjado y ahora sonrojado por la luz crepuscular del paisaje. Acá cerca, el camino evidencia grietas y desniveles en la superficie.

En una parte del camino donde la superficie es nivelada, aunque medio inclinada, entre casas y un fondo compuesto por el sol que entra al verde oscuro, seis niños juegan a la pelota. Separadas a un metro, un par de chanclas hacen de arco para anotar gol, lo mismo al otro lado. Los niños juegan descalzos, arrastran los pies sobre granito de piedras grandes y diminutas. Sus pies, acondicionados al campo de juego por una piel gruesa y agrietada, por dedos chatos y uñas que no sobresalen de los dedos.

La pelota está a medio inflar, es más un forro cuadrado que una bola ágil. Ellos la controlan, se la pasan y chutan, todo al ritmo que desciende el sol, sin mucha prisa pero sin pausa. Sus torsos sudados también brillan con la luz del crepúsculo. Cuando el sol desaparece del todo, los brillos de los torsos menguan, pero el juego continúa. Al fondo el horizonte es una franja compuesta por capas de colores: abajo la selva es negra, encima tiene naranjado, luego un amarillo degradado en un blanco que conecta al azul claro que se extiende hasta encima donde está la noche con estrellas.

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