104. Sobre el cuerpo

El cuerpo le resultó una división. Después de pasar meses dedicado a la introspección, a llevar el cuerpo en orden, acomodarse bien para dormir, escribir, analizar y releer sus sueños, en fin, prestar más atención a sus comportamientos internos, entendió que no es más que un extremo de la vida.

La vida, esa unidad de significado que funciona para que haya vitalidad. Su vida, que asumida desde el interior empezó a encogerse, opacarse, oxidarse, a, poner-se, len-ta.

Ahora los miedos se le multiplicaban, las preocupaciones tenían lugar primordial en la tal vida, esa totalidad que combina lo interior y lo exterior. El cuerpo, de poca actividad, ya no digería, las tripas se congestionaban, los bronquios se llenaban de una flema densa y oscura, la piel estaba reseca, el pelo opaco, los ojos hundios, enmarcados por una piel amarillenta y abajo decorados por bolsas oscuras.

Y pensar que toda esa materia biológica se gestaba desde la mente. La mente profunda hacia adentro, consciente de la trayectoria de sus ideas, la mente, que roba lugar al otro lado del cuerpo. Ahora le dictaba la mente: “hace falta la vida exterior. El interior acompleja la vida externa”. Así, se le creó la ilusión de que hay dos tipos de vida, una afuera, una adentro, nunca más la vida como unidad... una sola cosa.

Frente a esta nueva conciencia, la mente le deparaba más impedimentos. Razonaba, "si se es un hombre de solo exterior, será solo un salvaje, inconsciente de avanzadas facultades humanas". Con esta anotación, entonces volvía a estar tranquilo con su nudos mentales, sedentario, ignorante del día y de la noche, de los astros que orbitan a su cuerpo.

El cuerpo, contaminado por imágenes mentales, en un sujeto de vitalidad enferma. El cuerpo, frontera entre dos estados, no un intersticio, maldita sea.