101. Ojos encandilados

Incluso desde las cuatro de la madrugada se puede buscar la luz del sol en el horizonte al este. La llanura se extiende inmutable hasta el océano, y más allá del mismo pedazo de tierra, el sol, varias latitudes al oriente, ya avisa acá su presencia. Lo hace a través de nubes naranjas, en una oscuridad plateada en las ramas de los árboles y en el agua de los ríos.

A las cinco de la mañana, ya el azul claro del cielo es un hecho, con sus ráfagas rosadas y lilas.

Quizá por eso, por lo prematuro de la luz, es que el tiempo pasa tan de prisa. Un día apenas es un parpadeo. Pero a hoy, no solo la luz del sol es protagonista de este afán con el que va la cotidianidad. Múltiples luces descuadran la noción del tiempo en todo el globo terráqueo. Ellas se roban la serie de fracciones de vida que tiene el ser humano.

Así, todos estos van con los ojos encandilados, preguntándose dónde queda lo único legítimo que les pertenece, lo único sobre lo que pueden elegir en la tierra.

Tiempo, tiempo.

Se despierta, y sin mover el cuerpo sobre la cama, agarra el celular. Ese rectángulo iluminado que ocupa el día. Desliza y revisa cada uno de los mensajes de la bandeja. Uno tras otro, todos son atendidos. El estado de vigilia aún sigue, pero las horas básicas de sueño fueron, interrumpidas, postergadas, prolongadas; como el resto de actividades del día.

En la mañana, al pararse de la cama hay un breve dolor se cabeza, un calor que es común ahora, cuando se debería iniciar el día fresco. Pasará todo el día medio inconsciente, con la luz hacia los ojos. Cualquier actividad, hecha con la mitad de los cinco sentidos.

Así infinitamente.

Comentarios

  1. Desde hace tiempo pienso que en esta ciudad decidimos cambiar las luces del cielo -mil veces más bellas- por luces en la montaña, que están siempre, siempre encendidas. Incluso si no las percibimos...

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