100. Historia que nadie debería saber (Parte II)

Me desconcentré recordando lo que acababa de pasarnos arriba. Mientras, mi compañero se tiró del camión. Se me perdió de vista bajando hacia los laderos del riachuelo. Yo tan parco, pensé solo en que el camión no podía quedarse ahí atravesado en la vía. Reconociendo, solo ahora, lo abandonada que es aquella vía, sabiendo del estado deplorable de mi compañero, no hice más que, desde mi puesto de copiloto, soltar de a pocos el freto de mano y torcer a la derecha la cabrilla. Dejaba avanzar al camión de a intervalos, llevándolo a la orilla de la carretera. Mientras estaba pendiente por los espejos que mi compañero volviera a aparecer detrás, como si él fuera a tener la vitalidad para alcanzarme.

Me bajé ya desesperado por no verlo. Apareció al fondo, a paso débil. Cuando llegó a mi lado, aparecieron varios policías militares caminando de frente hacia nosotros. No sé por qué, arranque a montarme en el camión y cuando iba abriendo la puerta mi compañero me gritó, “No te montés, es robado y nos complicamos la vida”. Como un estúpido me alejé del camión dejando la puerta abierta. Empecé a caminar y mi compañero me dijo que me adelantara un poco, y que a la próxima cuadra me metiera a la derecha, hacia adentro del barrio.

Una vez doblamos la esquina y salimos de la vista de los policías que nos perseguían, arrancamos a correr con el alma en la boca doblando al azar por las esquinas para confundir nuestro rastro. Cuando llegamos a casa nos sentimos tranquilos por unos segundos. Ya caía la noche y cada unos se fue para su cuarto. Nos despedimos bastante angustiados sin saber afuera qué pasaba.

Ahora estoy acá sentado escribiendo, pensando en mis errores, rezando para que dejen de tocar la puerta.

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