97. Moscos

Insertan las cornetas en la piel, succionan la sangre. La sangre de otro cuerpo anterior, banquete que deleitó al mosco, aún es ferviente en los nimios átomos que le ensucian la corneta. Seguramente esa suciedad que lucen ante otros insectos es signo de gloria, como arrastrar el cuerpo del contrincante durante la guerra.

Al próximo le contaminará la sangre del anterior contrincante. El mosco hará su perforación directa a la canaleta sanguínea. Se tratará de una contaminada perforación epidérmica. Agentes externos en el nuevo cuerpo. La piel en su parte más profunda, arriba de las autopistas sanguíneas, entrará en calor. La hinchazón crecerá con avidez. El rojo de la sangre buscará vías a través de otros órganos. En la parte más superficial de la piel, el oxígeno venido de la flora tratará de cerrar la herida que brilla a la intemperie.

Esto es una paradoja en la recuperación del cuerpo. Mientras en las capas profundas se trata de despedir los nuevos agentes que perjudican, la superficie se cierra buscando lo mejor para el cuerpo, cerrar toda herida. Pero abajo, quedan pasteurizados los nuevos virus, preparándose para llegar a otros extremos, otras capas, otros sistemas.

También resulta paradójico que los moscos lleguen guerreros, dibujando en el aire una danza de terror que intimide el gigantesco cuerpo que van a atacar, y que, mientras todo les resulta, cuando succionan la sangre que les alimenta y glorificará ante otros, sean perjudicados por su propia dinámica de guerra y subsistencia.

Claro que no les afecta el virus que pueda tener el humanoide al que acechan, sino que los humanoides ahora llevan en la sangre las sustancias necesarias para momificar al instante el cuerpo del insecto. Muchos quedan con sus cornetas enterradas, colgando de la piel humana. Otros escapan y quedan tiesos durante el vuelo.

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