96. Breve relato policial

H., oficial de policía, entra en su apartamento a las tres de la madrugada. Agarra la tableta y desliza la bandeja que controla las luces. Cuando va arrastrar el dedo por la barra que calibra la potencia de la iluminación, escucha la reversa del motor eléctrico de un coche. Deja el aparato, se lanza rápido hacia la ventana.

Se trata de un Kia plateado que entró de largo por el callejón trasero del edificio, se detuvo al fondo, contra el muro que separa las residencias de las fábricas, y ahora regresa hacia la avenida. H. no alcanza a notar la identificación del coche, pero sabe que se trata del mismo que venía detrás por la zona noreste, cuando regresaba de su oficina.

Sin encender las luces, va la cocina. Abre la despensa de bebidas calientes. Saca un té preparado de guaraná y le agrega una copa de aguardiente tibio. Lo bebe en dos tragos, mientra bota un fino hilo de vapor con nicotina. Mira por la ventana el alumbrado de las avenidas que se extienden hasta desaparecer en el horizonte.

¿Por qué lo fichan, si solo hace su trabajo? ¿Cómo llega a ser un alguien entre la multitud que habita la metrópolis, un objetivo entre ceja y ceja de los otros? Aunque tiene las respuestas a estas estúpidas preguntas, todos los días se las hace, y muchas veces ellas son el primer paso para tomar decisiones, para simplemente seguir.

Agarra los recortes pegados en un tablero de su alcoba. Va por las libretas guardas en una caja bajo su cama. Descuelga varios cuadros, les quita el marco y envuelve todo el papel en el mismo rollo. Va por los pinceles, lapices y pinturas. Todo lo empaca en una maleta. Se la pone al hombro. Abre la puerta y se marcha.

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