95. ¡Qué una biblioteca sea una lectura interactiva!

Si cada título, de cada libro, hubiera sido tan bueno como los libros que sí vendía el Mocho, cada uno de esos títulos buenos, llamativos, ingeniosos, al inventariarse como los libros no vendidos, en listas hechas a lapicero, llevadas en paredes y cajas, a lo largo, ancho y alto de la casa, podría decirse que toda la casa es una poesía, que requiere un lector interactivo, que busque cada verso escondido al fondo, entre arrumes de libros, escrito en cal y cartones perdidos.

Pero no, la escritura de los títulos en las paredes y cartones no puede pasar del simple inventario, porque son títulos engorrosos, grises, sin ingenio, sin imágenes. Por eso se quedan en la casa, encarcelados, abandonos a su propia suerte, cumpliendo la condena que es un tiraje editorial exagerado. Están encerrados, no cumplieron la expectativa de lectores de épocas anteriores, ni ahora pueden llegar a lectores contemporáneos. Esperan, esperan a que quien les custodia, cambie de parecer, tenga una idea que los saque a los rayos del sol de hoy.

Quizá necesiten de un nuevo cancerbero, empeñado en la taxonomía de los seres que forman las letras. Alguien que los disponga en un orden que mengüe el horror de sus títulos y en la nueva disposición que les dé, pueda utilizar palabras atractivas, que conformen una biblioteca novedosa, visible, donde no desaparezcan los libros. Ese nuevo cancerbero deberá usar sus cabezas no solo para vigilar sino para disponer viejos libros a nuevos lectores.

No puede calcularse a qué pueden llegar esas nuevas palabras ahora utilizadas para administrar los libros. Ojalá se logren buenas composiciones. Solo esperamos que andar por una biblioteca sea una lectura interactiva, donde el titulo de cada volumen sea un verso que pueda acoplarse al otro, y que así cada temática sea una estrofa.

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