93. Otra de gatos


Las ventanas de los apartamentos están enrejadas. Cuatro pisos en cada bloque, cuatro apartamentos por piso, todos tienen una maya que cubre el cuadro de la fachada que es la ventana. Todas están acondicionadas para que los gatos no escapen de sus hogares, para que de los pisos bajos no escapen hacia el bandolerismo, ni para que de los pisos altos agoten de modo prematuro las siete vidas que les concede su dios gatuno.

Sin embargo, a pesar de las mallas, el condominio está lleno de gatos merodeando. Por entre los arbustos plantados en el espacio entre los bloques se ven gatos andar tranquilos, al ritmo del viento que menea las ramas y airea sus espíritus taciturnos. Las calles que dan la vuelta a lo largo y ancho del condominio, son transitadas por los gatos, tranquilos, sin aspereza del pavimento. En estas vías no hay señalización que advierta las vidas que peligran cuando transitan con velocidad carros, motos o bicicletas: vidas de niños, en la mayoría de conjuntos residenciales menos en este. La bodega de las basuras son dominadas por los gatos, estos se ocultan cuando alguien llega a depositar sus bolsas, pero inmediato las sueltan, ellos empiezan a acercarse lento al nuevo paquete --quien demore mucho descargando la bolsa puede correr peligro--.

Nadie se explica cómo su mascota felina atraviesa las rejas que requintan contra las paredes con grapas gruesas. Son mayas de bien resistente material, nunca deterioradas ni rotas. Es una realidad, la población que predomina en el condominio son los gatos. Las personas apenas se ven en la mañana entre las ventanas, al fondo, enrejados por sí mismos, mientras sus gatos cumplen el deseo de salir a habitar el condominio. Todos juntos, gatos domésticos, salvajes y tropicales, salen a hablar de los humanos y rezar a Tobermory.

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