92. Puentes


Con un puente en la ciudad, el barrio clase alta queda a poca y directa distancia del barrio más paupérrimo. En un puente, algunos transitan por encima de la rampa para inspirarse con el amplio horizonte, mientras en los bajeros, en las canaletas de los ríos, al pie de profundas y gigantes columnas de concreto, otros habitan la oscuridad más delirante, los drogadictos, desconocidos, mudos, desesperanzados.

Con un puente las diferencias de la ciudad se vinculan en un todo nuevo. La zona para deporte no se distingue de las plazas de venta y consumo de vicio, la salud se hermana también, como en los hospitales, con los fármacos, el ocio no se distingue de la disciplina. Con un puente en la ciudad se tiene un sector alternativo a los órdenes comunes de la rutina.

Edificaciones grises hacen costra a un hemisferio de tierra tupido de verde fuerte y brillante. Sobre lo tropical, la urbe batalla su estadía. El concreto que se levanta hacia los cielos, de un momento a otro deja la neutralidad de su color. Las ciudades empiezan a llenarse de tintas coloridas, coordinadas para irradiar figuras y palabras. Un puente empieza desde sus columnas a llenarse de aerosoles que forman un tapiz alentado, con colores lozanos. Mengua el gris y proliferan colores sobre el verde salvaje. Después se vitalizan de color los balcones de los puentes, debajo y encima de sus rampas, escaleras -superficies sometidas a la más tenaz intemperie y a la goma de los automóviles-.

Todo el tiempo es actividad el color sobre el cemento. Sus partículas se esparcen sin nunca haber secado, otras pinturas los ocultan, resultan donde no se creía. Los puentes, cuando están a rebosar, expanden sus grafítis como bacterias, tapiz colorido regándose hacia las avenidas. Los puentes, núcleos de nueva estética citadina.

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