89. Ningún brazo alcanza al balón importado

El celador acaba de llegar a turno, esta vez vino con su hijo. Los empleados de la fábrica de balones salen. Ninguno demora más segundos en la acera que los necesarios para saludar a distancia. Por último sale el jefe cargado de maletines y con su hijo detrás, a quien a veces trae. El celador, que se acomodaba en la banca de la acera a un extremo del portón, se pone de pie, saluda al jefe con un gesto de cuello con cabeza, desliza la reja y le pone arriba y abajo los candados que ya tenía preparados en el suelo. Se despiden con un gesto de cuello con cabeza.

Segundos luego de haberse ido, el jefe regresa con su hijo, quien dejó dentro su balón. El celador inmediatamente quita los candados, con su jefe desactiva la alarma, prende una luz, hacen seña a ambos niños para ir a la búsqueda. Buscan por debajo de las mesas, entre los armarios donde almacenan balones, pero el balón importado no aparece. Luego lo encuentran en los patios. Regresan al portón y, mientras el celador quita los candados, el jefe, para organizar las correas de los maletines que lleva colgados, descarga el balón en un tocador hecho con una valla al perímetro.

El hijo del celador, que lleva minutos viendo los balones de la fábrica rompe el costal de donde los saca para verlos. Empieza a recogerlos y pone dos al lado del balón importado. Cuando el celador corre la reja, su hijo pone más. El celador voltea y ve que su hijo con bastante empeño sube más, acorralando contra la pared al balón importado. Por un magnetismo producto de la vergüenza más la modestia, el celador aceleradamente pone balones sobre el tocador hasta haberlos recogido todos.
Ningún brazo alcanza al balón importado.

Comentarios