87. Sol, café, tabaco, torsos


Cuando el sol apenas despuntará la cima de la montaña, un carretero pasa caminando, guiando al caballo por las riendas. El azul del cielo lo acompaña al principio de ruta, luego el rojo de la luz aún detrás de las montañas empieza a secar la humedad de sus ropas, los bultos sobrepuestos en la carrosa, y al rocío en las superficies vegetales. La carreta cada tanto suelta granos de café marcando un camino en la grama.

Fracturando la cima de la montaña al Este, el sol la atraviesa con rayos blancos que llegan hasta los campos verdes, moteados de vacas y sombreros pegados a los cultivos. Son rayos que aporrean la mirada de quien atiende la montaña, mas alimentan a toda piel terciopelada, carne sana y pelo sedoso.

Varias jovencitas vienen conversando y sonriendo, recogiendo los granos de café. Lo guardan en costales pequeños, sostenidos del hombro por una cabuya delgada. Se alejan sin parar de recoger, sin dejar de sonreír y de compartir a fresca voz sus conciencias del universo. Al llegar al pueblo el sol calienta más, las jovencitas van a un quiosco en el rincón derecho de la plaza. Se quitan los bulticos, riegan los granos en un costal y lo ponen sobre una pesa. A cambio reciben un paquete pequeño, lleno de tabaco. Sonríen. Se marchan con dirección hacia la escuela.

Los rayos de sol en perpendicular sobre los campos les pone un brillo tramposo, que ciega igual al centelleo de la superficie del mar; la tarde poco tardará por empezar. Las jovencitas de la mañana retornan igual de vitales, pero ahora más calladas. Llevan la parte superior del vestido abrazando sus bajas cinturas. Los torsos broncíneos reciben el picor del sol, los pezones lucen finos, brillantes. Caminan, se pasan un cigarrillo a la derecha, sonríen.

Comentarios